EGOÍSMO ALTRUISTA
Niño Toro me pregunta si creo que para el
ser humano es más beneficioso el egoísmo o el altruismo.
Detengo el trago de cerveza y me quedo mirándole con gesto bobino
y los mofletes llenos de cebada fermentada. Johnny Dos Cruces se queda
mirándole. Lagarto se queda mirándole. Somos tres vacas
mirando el tren. La incredulidad no se debe al hecho de que la pregunta
tenga una cierta carga filosófica aderezada con un ligero matiz
moral, que también, sino al hecho de que la haya enunciado una
bestia parda de cabeza rapada y dos metros de alto a los que se adhieren
ciento treinta quilos de tatuajes y cicatrices. Si a esto unimos que estamos
en un sucio antro saturado de humo y psychobilly, apoyados en una barra
repleta de restos de alcohol y vómito, hablando de negocios con
un sudoroso proxeneta cuyo mayor atractivo son sus encías colmadas
de gingivitis, el pasmo es entendible.
Niño Toro es una mole de músculos nacido en un apestoso
gueto marginal, como todos nosotros, pero con una cualidad o superpoder
que le hace especialmente atractivo para un tipo concreto de ofertas laborales,
mi amigo es capaz de desplazar ocho metros a un homo sapiens cualquiera,
desde la posición de erguido a la de desparramado, con la sola
intervención de su mano abierta y un movimiento lateral oscilatorio,
lo que vulgarmente se llama hostiazo. Esta habilidad, y el hecho de que,
desde el mismo instante del alumbramiento, le sacara dos cabezas a cualquier
bebé del paritorio han otorgado desde siempre a Niño Toro
un puesto fijo en el funcionariado de este nuestro amado barrio marginal.
Ni que decir tiene que aquí las oposiciones para auxiliar administrativo
se parecen mucho a las de camello y las de abogado del Estado son igualitas
a las de matón. Cada territorio tiene su idiosincrasia o hecho
diferencial y hay que respetarlo.
Tras ignorar a Niño Toro, el dueño del garito, Johnny Dos
Cruces, llamado así porque estuvo clínicamente muerto dos
veces, larga desde el otro lado de la barra la foto de un burguesito con
aire de ganador y dice que es un mierda escurridizo que se cree intocable
porque es un politicucho asqueroso. La miro un instante y mientras le
doy la vuelta para observar el nombre y las posibles direcciones donde
localizarlo, el chulo dueño del garito dice que no soporta a los
malos jugadores que no pagan sus deudas, pero que le tocan los cojones
los maricones encorbatados que creen que se pueden mear sobre gente como
nosotros. Quedo un instante observando al bienaventurado proxeneta al
tiempo que analizo su rico y florido léxico, me recuerda al de
mi madre, si no fuera por las pobladas patillas, la calva y las marcas
de la viruela, sería mamá. Suspiro y engullo otro enorme
trago de cebada fermentada. Es entonces que Niño Toro vuelve a
la carga.
El gigante me pregunta si sé que el altruismo aparece en el ser
humano al cumplir los dieciocho meses, al igual que en el chimpancé,
lo que sugiere que los seres humanos tienen una tendencia natural a ayudar
a los demás. Me vuelvo a quedar mirándole con la cerveza
a punto de tocar mis labios. Johnny Dos cruces le mira. Lagarto le mira.
Niño Toro nos mira a todos y un tanto azorado dice que quizá
ayudar a los demás sea una forma de ayudarse a sí mismo.
Sigo mirándole. El proxeneta sigue mirándole. Lagarto sigue
mirándole. La cerveza sigue a cinco coma tres centímetros
de mi boca. Niño Toro vuelve a ojear nuestros caretos atónitos
y replica algo molesto, dice que hay teorías que dicen que la mejor
forma de conseguir lo mejor para cada uno es hacer lo que resulta mejor
para todos. Le miro sin pestañear. Lagarto le mira con la boca
abierta. Johnny Tres Cruces le mira con el gesto del que presencia la
aparición de la Virgen vestida de torero. La canción de
los Cramps termina y el hechizo desaparece.
El exquisito dueño del prostíbulo y su camisa rojo pasión
dicen que la grandeza de un hombre consiste en reconocer su propia pequeñez,
mientras se limpia la larga uña del meñique con el filo
de una cucharilla. Respondo que errar es de humanos e insistir es de necios,
y doy un trago narcótico. Lagarto pide otro whisky solo pero el
buen samaritano del barman duda que tanto alcohol sea bueno para su trastorno
esquizoafectivo de tipo maníaco, a lo que Johnny asiente replicando
que por el contrario le viene bien para calmar la agorafobia y demás
fobias sociales. El sucio camarero sirve el whisky al tarado de mi amigo
consciente de que discutir con Lagarto es tan buena idea como morrearse
con un mandril.
Lagarto es un producto de su tiempo. Representa ese fenotipo de chico
delgado y ojeroso criado en el gueto por unos progenitores politoxicómanos
y polimaltratadores. Su aspecto pálido y mortecino junto con ese
flequillo teenager y esa percha enjuta de cantante maldito le han dotado
de una pátina lánguida similar a la del yonqui estándar,
lo que puede hacerte pensar que un tipo así no representa una seria
amenaza y que una simple colleja lo desarmará. Craso error. El
hecho de que un tipo así haya sobrevivido a una existencia que
haría suicidarse a una hiena manchada debería advertirte
de su peligrosidad, lo que traducido significa que el flequillo junto
con un sinfín de taras y resentimientos han conformado una obscena
amalgama tan jodidamente desequilibrada y letal como un trago de ántrax.
Aquí todo el mundo sabe que es más sano sentarse junto a
un esqueleto que empuña una guadaña que junto a Lagarto.
La cosa es que justo cuando la aduladora cerveza comienza a susurrarme
palabras de amor, en ese momento, el vozarrón de Niño Toro
interrumpe mi romance con la inconsciencia preguntándome si he
odio hablar del egoísmo moral o egoísmo ético. No
respondo, sólo hago un enorme esfuerzo por no mirarle. No voy a
mirarle. No señor. No voy a mirar a un puto neonazi con el mismo
coeficiente intelectual que un chimpancé con síndrome de
Down y poner cara de no entender. No señor. No pienso hacerlo.
Yo soy el que manda, soy el jefe, así que voy a incorporarme y
tambaleándome voy salir por la puerta del elegante garito ignorando
esta sofisticada conversación sociológica.
En la calle nos espera un coche semidestartalado pero que a diferencia
de los usuales no ha sido robado. Aunque preferiría montarme en
una jirafa, lo necesitamos porque vamos a salir del barrio y fuera del
gueto están esos tíos de uniforme y con pistolas, esos con
placas y coches con sirenas, ¿cómo se llaman? Esos que pagan
los tipos como el de la foto para que tipos como nosotros no nos acerquemos,
¿bomberos? No, era algo parecido. Quizá no debiera mezclar
coca y alcohol, pero es que la vida se hace tan larga cuando no hay fútbol
televisado.
En el coche pongo a los Doors mientras Lagarto toma no sé qué
para el trastorno psicótico agudo con predominio de ideas delirantes,
dice que esas pastillas han cambiado su percepción del destino
y de su realidad como ser humano, traducido supongo que quiere decir que
esa medicación evita que ahora mismo esté decapitando viandantes
y sodomizando a sus mascotas. Inspiro. Expiro. Inspiro. Pero qué
larga se hace la vida, joder.
Niño Toro dice que no pasa nada si no sé lo que es el egoísmo
moral, que él no lo sabía hasta que se lo explicaron, de
hecho tuvieron que explicárselo una docena de veces hasta que lo
entendió, y por lo visto no hay nada malo en ello, la aceptación
de la ignorancia es el primer paso hacia el conocimiento, dice. Miro a
mi colega y le digo que revise el salpicadero y me pase cualquier cosa
narcótica o alcohólica que encuentre. Niño Toro me
pasa una petaca cargada de tequila. Lagarto dice que su primer psiquiatra
decía siempre que el primer paso para combatir el trastorno psicótico
de comienzo tardío inducido por alcohol u otras sustancias psicótropicas
era la aceptación del problema. Miro anonadado por el retrovisor
el careto del tipo que ha puesto nombre a media docena de enfermedades
mentales y le doy un trago largo al tequila. No entiendo por qué
no hablamos de tías, de palizas o de fútbol, son temas que
controlo, son temas de matones marginales, yo soy un delincuente marginal
y tengo mi propia identidad cultural, sólo pido que se me respete
como ente autónomo privado de inteligencia y futuro, pero Niño
Toro decide ilustrarme contándome en qué consiste el puto
egoísmo moral, que por lo visto es una doctrina ético filosófica
que afirma que las personas deben tener la normativa ética de obrar
para su propio interés, y que tal es la única forma moral
de obrar, sin embargo permite realizar acciones que ayuden a otros, pero
con la finalidad de que el ayudar nos dé un beneficio propio tomándolo
como un medio para lograr algo provechoso. Lo dice de carrerilla, casi
tan bien como lo diría un loro amaestrado, aunque le queda un poquito
menos natural, una máquina de tabaco lo hubiera hecho mejor. Esta
vez no puedo por menos que mirarle asustado. Empiezo a intuir que aquí
se consumen sustancias estupefacientes de las que no tengo conocimiento
y eso me molesta. Como me molesta que el careto de mi gigantesco colega
me mire interrogante. ¡Ya está bien! Golpeo el volante y
le pregunto quién cojones le ha comido el tarro con todo eso. Me
dice que Rosita. ¿Rosita? ¿Rosita la puta? Niño Toro
replica visiblemente molesto que no entiende qué tiene que ver
que sea prostituta. Le miro aterrorizado. ¿No estamos hablando
del Real Madrid porque una puta ilegal ecuatoriana o colombiana o cubana
con la que está encoñado le ha contado un rollo filosófico?
¡No me lo puedo creer! Niño Toro dice que soy un misógino.
Me quedo mirándole. Un BMW pita alarmado porque he invadido su
carril. Doy un volantazo y amenazo al del BMW con una colonoscopia sin
vaselina. Vuelvo a mirar a mi amigo con gesto de incredulidad. Le pregunto
qué significa "misógino". Responde que es que
odio a las mujeres. Le pregunto si me está llamando maricón.
Responde que no pero que Rosita dice que odio a las mujeres. Le grito
que eso es ser maricón y que a mí me encantan las mujeres.
Niño Toro se queda pensativo como si dudara. Lagarto dice que es
que me gustan las tías sexualmente pero las odio en el resto de
planos. ¿Resto de planos? ¿Hay más planos? Le doy
otro trago al tequila.
Hemos salido del barrio y circulamos por la autovía de circunvalación
en busca de ese barrio residencial, escrito tras una fotografía,
donde residen los burguesitos malos que no pagan sus deudas de juego a
lindos desechos sociales como nosotros. Tengo puesto el gesto de cabreo
con la esperanza de que me deje en paz el ciclópeo copiloto metido
a filósofo aficionado. No hay suerte.
El simio rapado se rasca el cabezón en idéntica actitud
al despioje de un gorila espalda plateada, y mientras lo hace comenta
que Rosita dice que sólo hay dos tipos de personas, los altruistas
y los egoístas, es decir los buenos y los malos, y que nosotros
por ser egoístas estamos dentro de los malos, pero que gracias
al egoísmo moral podemos estar dentro de los buenos, porque podemos
ayudar a otros en beneficio propio, lo cual es egoísmo sí,
y eso es malo, pero egoísmo moral, y eso es bueno, porque a fin
de cuentas es ayudar a otros, lo que es de todas, todas bueno. Que si
lo entiendo.
Le doy otro trago a la petaca y descubro horrorizado que es el último.
Estoy encerrado en un cochambroso habitáculo de lata que va a cincuenta
por hora hacia un barrio de extraterrestres junto a un troglodita analfabeto
con inquietudes metafísicas inducidas por una exguerrillera colombiana
de ciento veinte kilos. Le pregunto a Lagarto si tiene algo para meterme.
Lagarto pregunta si tengo esquizofrenia paranoide. Respondo que no. Pregunta
entonces si tengo trastorno hipocondríaco. Respondo que no. ¿Trastorno
bipolar con episodio actual hipomaníaco? No. ¿Trastornos
del humor persistentes? No. ¿Neurastenia? No. ¿Anorexia
nerviosa? No. ¿Vaginismo no orgánico? ¿Eh? Nada,
que entonces no tiene nada.
Inspiro. Expiro. Inspiro. Y pregunto por lo bajinis qué significa
altruista.
Niño Toro sonríe como si hubiera visto al Ratoncito Pérez
travestido, ha conseguido que me involucre en su paranoia y eso le hace
inmensamente feliz. Excitado responde que altruista es el que procura
el bien ajeno aun a costa del propio. Lo dice con la convicción
y credibilidad de esos documentales televisivos donde el ignorante y famélico
campesino metido a guerrillero marxista repite junto a su AK-47 una retahíla
de consignas revolucionarias puño en alto. Permanezco pensativo
un par de segundos, no quiero ofender a mi colega, es subnormal sí,
pero es mi colega y un adorable niño grande capaz de repartir hostias
como panes. Finalmente le respondo que altruista se parece mucho a gilipollas,
que si está seguro que en vez de altruista no quiere decir gilipollas,
¿seguro que Rosita no dijo gilipollas, eres gilipollas? Niño
Toro pone cara de confundido y permanece pensativo un instante. Lagarto
suelta una sonora carcajada y continúa liándose su porro
de maría en el asiento trasero. Cojo un cigarrillo de un paquete
de tabaco que da vueltas por el coche y lo enciendo. La vida es una cosa
curiosa. Finalmente el lento cerebro de Niño Toro consigue llegar
a la estación y producir una frase inteligible. El gigante dice
que Rosita dice que no somos malos, que no somos diferentes a los demás,
que somos buenos, que únicamente aplicamos el egoísmo moral
como el resto. Doy una calada, después doy otra, y otra más
para hacerme el interesante, me gusta hacerme el interesante, siempre
he creído que si uno es inculto, pobre y limitado de entendederas,
al menos debe tener el buen gusto de hacerse el interesante. A mí
no se me da mal. Luego miro a Niño Toro, sonrío y poniéndole
la mano en el hombro le digo condescendientemente que somos malos, nosotros
somos los malos, no hay que darle vueltas al tema, somos malos, somos
marginales, somos delincuentes. Hacemos cosas malas y por eso somos malos.
Hay gente buena y gente mala, y nosotros somos los malos. Quizá
Rosita fume demasiada hierba, quizá se haya hecho de alguna secta
de cristianos renacidos o puede que se haya quedado idiota de tanto masturbarse
pensando en El Che, pero puedo asegurar, y El Hacedor sabe que puedo asegurar
pocas cosas, que somos mala gente, por qué otro motivo iba Dios
a permitir que naciéramos en el gueto si no.
La carretera ha dejado paso a esa urbanización de alto standing
donde todo es verde, pero no un verde cualquiera, un verde luminoso, como
en ese jardín inmaculado donde viven los adorables gnomos. Me encantan
los burgueses adinerados, son geniales, no me extraña que ocupen
el nivel jerárquico más elevado, son mis ídolos desde
que supe que habían inventado la papelera. ¡La papelera!
Qué gran cosa. La primera vez que salí del barrio y vi una
estuve mirándola media hora. Parece simple, sencillo, pero encierra
una concepción filosófico-social que va más allá
y denota la superioridad mental de los ciudadanos sobre los marginales.
Un recipiente estanco con una apertura de entrada donde almacenar lo malo,
los sucio, lo roto. Me emociono. Por qué convivir con la suciedad,
con la inmundicia, con la impureza. Por qué no inventar un contenedor
opaco donde arrojarlo todo y de esta manera no mancharse, no contaminarse,
no mancillarse. ¡Qué genialidad! ¡Qué portentos!
¿Por qué no hacemos eso en nuestro barrio? ¿Por qué
vivimos entre mierda? ¡Pongamos papeleras! Ahí fue cuando
alguien me dijo que eso ya lo habían hecho los honrados ciudadanos
por nosotros, el gueto, nuestro barrio, no era sino una enorme papelera,
un gigantesco cubo de basura, nosotros éramos basura, éramos
los desechos que están dentro de la papelera. ¡Qué
putada! ¡Qué faena! ¡Qué sofocón más
grande! ¿Y si pusiéramos papeleras dentro de la papelera?
No, supongo que no. ¡Qué disgusto! ¡Qué desilusión!
¡Entonces no me gustan los burguesitos! Me había olvidado.
Yo odio a los burguesitos, y especialmente a los adinerados. Empiezo a
pensar que desayunar cereales con whisky no es bueno.
Como era de esperar, mientras busco el nombre de la calle entre las ajardinadas
arterias de la urbanización de lujo, Niño Toro me saca de
mi particular paranoia mental rebozándome a Rosita por los morros.
Rosita insiste en que Niño Toro, su chico, su amor, aquel al que
se cepilla después de haberse follado la La Legión al completo,
cabra incluida, por lo visto no es malo, y por lo tanto si él no
es malo yo tampoco, y por tanto cabe la posibilidad de entrar en el Cielo.
¿En el Cielo? ¿Pero no hay que ser creyente para entrar
ahí? Suelto una carcajada mientras volanteo, y después otra,
y otra más. Si por un casual existiera un Juicio Final, el día
del nuestro se suspendía por falta de abogados defensores. Si por
un casual existiera un Cielo, el San Pedro ese llamaría a los de
seguridad en cuanto nos viese acercarnos a la cancela. Si por un casual
existiera un Dios, pillaría un día de asuntos propios para
no tener que vernos los caretos. Me meo de risa. Niño Toro va a
decir algo pero yo me tiro del coche antes de que abra la bocaza. Hemos
llegado.
La casa del burguesito es igual que cualquier casa del gueto, con su enorme
jardín verdoso perfectamente cuidado, su piscina de ochocientos
mil metros y su vivienda unifamiliar de seiscientas plantas y tres mil
ventanas, incluso tiene telefonillo, me molan los telefonillos. Pulso
el interfono una y otra vez con la malicia del niño gamberrete.
Lo sé, soy subnormal.
La voz con acento sudamericano del otro lado dice que el señor
no está en casa. Le digo que la creo pero que somos una delegación
de la Santa Sede que estamos exorcizando por el barrio y que si tiene
algo que exorcizar, cualquier familiar epiléptico nos vale. La
sudamericana no parece entender. Mientras hablo, Lagarto se sube al capó
del coche y se encarama al exquisito murete de exquisita piedra, después
se descuelga por un exquisito cedro y abre el exquisito cerrojo. Todo
eso sin que salten las alarmas, ¿por qué? Pues porque es
un rollo desconectar-conectar cuando llega el pedido del hipermercado,
o el reformista, o el jardinero, o el de la piscina. Estos burguesitos
siempre primando la estética sobre la seguridad. Mal, muy mal.
Yo no entro inmediatamente, sigo pulsando el telefonillo y diciéndole
a la ecuatoriana que somos un comando para la liberación de la
mujer y venimos a liberar a las criadas machistas que lavan las bragas
de las amas feministas. Sorprendentemente la dominicana sigue sin entender.
Al momento recorremos el precioso pasillo empedrado a través del
cuidado jardín celestial. No me extraña que los burguesitos
crean en Dios, el Hacedor les ha pasado, bajo mano, un plano del Cielo
para que se vayan aclimatando aquí en la Tierra. Qué cachondos.
Incluso el pitbull que nos detecta y comienza a ladrarnos está
lustroso, apostaría que porta menos parásitos que la mayoría
de los tipos que conozco, incluidos nosotros mismos. El chucho tiene un
problema, quiere destrozarnos pero está encadenado a la caseta,
es un perro de presa con un costoso entrenamiento para atacar a tipejos
como nosotros pero
está atado, supongo que porque sus mierdas
no son verdes y desentonan con el resto del vergel. Son cosas de burguesitos,
como lo de hacer un muro superchuli en vez de una pared de ocho metros
coronada por alambre de espino. No entiendo a los burguesitos, son raros,
como si fueran otra especie. Total que nos plantamos frente a la puerta
y llamamos, ¿y qué hace la criada? Abre, ¿por qué?
Pues porque está en un barrio residencial con una seguridad privada
ineficaz, tras un muro de juguete, con alarmas desconectadas y el perro
guardián atado, ¿qué puede pasar?
Me presento a la sirvienta boliviana haciéndole saber que soy un
reputado masajista titulado y que yo, y mis bellas acompañantes,
venimos a masajear las rótulas del señor. La criada peruana,
sorprendida porque, sin ser los señores, hollemos la casa sin uniforme
servil o sin mono de trabajo, nos informa de que el amo no está.
Le indico entonces que la creo pero que mi amigo Lagarto se está
haciendo pipí y que si puede entrar al baño un momento.
Lagarto empuja la puerta y entra ante la confusa sirvienta chilena. Es
ahí que se produce un incómodo silencio. La criada me mira.
Niño Toro me mira. Yo miro el precioso cielo y silbo. Y ocurre.
Lo inevitable ocurre. Niño Toro abre la bocaza.
El gigante dice que Rosita dice que es más probable que el individuo
contribuya a la mejora social cuando procura racionalmente sus mejores
intereses de largo plazo. Impresionante. Miro a Niño Toro. La uruguaya
mira a Niño Toro. La criada y yo nos miramos. Le pregunto a la
sirvienta si sabe lo que es "racionalmente". La susodicha niega
con la cabeza. Le pregunto si sabe lo que es el egoísmo ético.
La paraguaya niega con la cabeza. Le pregunto a la asustada mujer si sabe
que los amos de derechas llaman a su criada, criada, y que los amos de
izquierdas, como se avergüenzan, la llaman, la chica que ayuda en
casa. La mujer se encoje de hombros y empieza a dudar que seamos masajistas.
Niño Toro dice que el altruismo es contraproducente. Esta vez no
le miro, directamente le pregunto a "la chica que ayuda en casa"
si sabe lo que es "contraproducente". Nada, que no, que tampoco
lo sabe. Inspiro. Expiro. Inspiro. Ahí que aparece Lagarto con
una botella de whisky para decir que no hay nadie. Doy gracias al Señor
y salgo corriendo. Desandamos el camino del vergel celestial, nos metemos
en el coche, le doy tal trago al whisky tan bestial que se me deshacen
los empastes. Acelero.
Pulso la radio hasta que suena música surf. Le doy otro trago al
whisky, y otro más, y uno último. Suspiro. Paso la botella
hacia atrás y busco en la fotografía la segunda dirección
impresa. Enciendo un cigarrillo. Joder, este sería un buen momento
para morir. Niño Toro lo intuye y decide jodérmelo preguntándome
si lo entiendo. No respondo. Mi amigo insiste, me hace saber que si no
lo entiendo no pasa nada, que a él le cuesta. ¿Qué?
¡Que a él le cuesta! ¿Me quiere decir que una puta
sudaca con un culo mayor que El Vaticano y un chimpancé de ciento
treinta quilos lo entienden y yo no? ¿Quién es el Jefe?
Yo, ¿no? ¿Y por qué soy el jefe? Porque soy el más
listo, ¿no? ¡Pues ya está! Niño Toro permanece
callado hasta que termina la canción de los Ventures, después
me hace saber que lo que nosotros creíamos que era malo es bueno,
y que ser bueno es malo, es decir, ser altruista es malo y ser egoísta
bueno, o sea que como nosotros somos egoístas pues somos buenos,
aunque no lo sepamos. Ahí me infla las pelotas y tras pegar un
frenazo me echo al arcén. Le señalo con el índice,
y tras cagarme en lo más sagrado, le indico que ese modo simplón
de explicármelo me ofende, parece que soy un retrasado mental,
que si quiere hablar conmigo ya está usando frases complicadas
con palabras raras o le abro la cabeza con la barra antirrobo. Niño
Toro, acobardado, pide perdón y apunta de inmediato que el egoísta
moral se basa en la afirmación de sí mismo, que lo convierte
en su propio soberano al volverlo consciente de su realidad moral y personal,
y que la realidad es la de su propia existencia y su vivir en una realidad
determinada, que si cada persona se preocupa por cumplir sus intereses
individuales estaremos mejor en conjunto. Inspiro. Expiro. Inspiro. Así
sí. Así sí. Ves, así sí se me pueden
explicar las cosas. Arranco el automóvil y retomamos el camino.
Hemos dejado atrás el barrio residencial y regresado a la ciudad
en busca de ese barrio empobrecido del centro que un día los artistas
y los profesionales liberales decidieron convertir en cool, ahí
tiene un elitista gimnasio la siliconada parienta del de la foto.
Doy caladas entre semáforo y semáforo mientras por el retrovisor
veo como Lagarto ingiere su medicación para los trastornos disociativos.
Observo a través de la ventanilla a los honrados ciudadanos revolotear
por las pulcras calles comerciales y después echo un vistazo al
afilado careto de mi colega. Gallinas y zorros. Inofensivas palomitas
de traje y corbata junto a alimañas semidesnudas, es lo que se
ve tras el sucio cristal, pero si te fijas un poco, sólo un poquito,
y bajas el cristal, descubres que los raposos agonizan contagiados por
unas aves portadoras de todo tipo de infecciones. Así es la vida,
así son los honrados ciudadanos, las buenas personas, los altruistas,
todos tan dispuestos a hacer el bien, a ayudar al prójimo, todos
tan afeitaditos, tan pulcros, tan limpios, todos con sus estandarizadas
corbatas y su paso monocorde, todos tan inocentes tras sus sonrisas y
sus buenos modales, todos tan educados, tan políticamente correctos,
tan peligrosos... Y en medio, nosotros, los marginales, los erróneos,
los egoístas, los llamados asociales, siempre sucios, siempre mellados,
siempre desentonando, tipos individualistas incapaces de formar parte
del rebaño, incapaces de un gesto desinteresado, tipos básicamente
malos. Así es la vida, o quizá no sea así, y el gigantesco
analfabeto que me acompaña tenga razón y todo dependa de
si la observas con la ventanilla subida o bajada.
De pronto, el hecho de descubrirme reflexionando me asusta y, preso de
un ataque de pánico, le pregunto a Lagarto si entiende lo del egoísmo
moral. Lagarto dice que él sólo entiende de episodios depresivos
y de trastornos obsesivo-compulsivos pero que su culo es lo primero. Me
parece una reflexión muy a la altura del ateneo cultural que conformamos
el presente trío de matones.
Detengo el coche en doble fila junto al estiloso gimnasio. Nos bajamos
y caminamos con ese aire pinturero de chulo putas marginales que tanto
éxito nos ha proporcionado entre las señoritas con trastornos
esquizoides y variados instintos suicidas. Finalmente nos plantamos frente
a una exquisitamente musculada rubia que hace las veces de recepcionista
y que piensa que su culo y sus tetas la van a llevar a donde quiera ir.
Informo a la futura premio nobel de nuestra intención de visionar
la egregia figura del marido de la dueña de aquel paraíso
de la lycra y los bronceados artificiales. La espectacular rubia no responde
quizá un tanto impresionada por nuestro patibulario aspecto o quizá
porque, la muy ladina, fantasea imaginándonos en chándal.
La cosa es que le explico que somos afinadores de pesas, comprobamos que
las de un kilo realmente pesan un kilo, las de dos, dos, etc. Una labor
oscura pero que alguien tiene que hacer. Total, que como el portento intelectual
permanece con la boca abierta anestesiada por mi magnético atractivo
físico, esa mezcla explosiva de careto de hijo de puta saturado
de tatuajes carcelarios que combina majestuosamente ropajes de Paul Gaultier
con los de mercadillo, así pues, Lagarto pasa al interior de la
oficina para buscar pesas ilegales y tipos con deudas de juego. Para destensar
la espera le pregunto a la barbie si a mayor canalillo mayor éxito
evolutivo. Como no hay respuesta le pregunto si se ha enamorado ya de
algún empresario casado cuarenta años mayor que ella. Como
tampoco hay contestación tiro por lo filosófico y le pregunto
si ella es más de egoísmo o de altruismo, esta vez la escultural
gimnasta acierta a decir que no entiende, lo que me emociona al extremo,
así que me apoyo en el mostrador y le explico que altruista es
hacerse de Greenpeace, ser socio de tres o cuatro ONGs con nombres guays,
apadrinar tres negritos y dos chinitos, llevar la ropa usada a la parroquia,
hacerse vegetariano, reciclar y pasar tus vacaciones en la India rodeado
de miseria. Eso es ser altruista. Y egoísta es sentirse bien haciéndolo.
Que si lo entiende. La despampanante mujercita dice que los dueños
no están. Me quedo mirándola impávido. Está
respondiendo a la primera pregunta, ¡dos horas después! Si
tengo que esperar a que articule una respuesta con frases subordinadas
sobre lo del altruismo me estallará la próstata. ¿Será
cierto que lo que se potencia crece y lo que no se atrofia? Le pregunto
a la linda damisela si recuerda que su cerebro se fuera encogiendo conforme
crecían sus senos. No replica y temo que la saturación de
preguntas le cause un ictus. En esto que sale Lagarto negando con la cabeza.
Nos vamos sin más, y eso que me hacía ilu meter barriga
y hacer posturitas en el espejo del vestuario de chicos.
Justo al salir comprobamos como un señor uniformado de esos que
controla el aparcamiento nos está colocando un papelito en el parabrisas.
Intrigados, rodeamos y preguntamos al honorable trabajador público
el porqué de su acción, a lo que el interfecto replica con
voz temblorosa que nos multa por estacionar en doble fila. Le explico
que el coche es de nuestra abuelita y que dado que los infractores somos
nosotros nos sabe mal que le llegue la multa a la anciana. El funcionario
municipal pone cara como de haber visto al Papa de botellón y acto
seguido dice que no puede hacer nada. Le sugiero que tome nota de nuestros
datos para que se nos remita la infracción y de esta manera contribuir
al enriquecimiento de esa casa consistorial, llamada Ayuntamiento, que
somos todos, eso sí, le advierto que nuestros documentos de identidad
son falsos, que no poseemos domicilio conocido y que las únicas
cuentas bancarias de las que hemos estado cerca nos costaron cuatro años
de prisión. El rodeado uniformado traga saliva y comienza a ponerse
en paz con el Señor. Llegados a este punto le explico que en otro
momento, cuando era egoísta, le habría forzado a hacer un
canutillo con la multa y acto seguido obligado a introducírsela
por lo que viene a ser el recto, pero que ahora que soy altruista voy
a cultivarle haciéndole partícipe de la verdad revelada
por una puta al troglodita que nos acompaña, dicho lo cual insto
a Niño Toro a que le cuente por qué el egoísmo es
cojonudo y el altruismo nefasto. Total que mi gigantesco compadre, visiblemente
emocionado, me corrige diciéndome que no somos altruistas que seguimos
siendo egoístas pero que
¡Me cago en el roscón
de Reyes y en los tres Reyes Magos como siga rectificándome! El
cabizbajo Niño Toro recula dolido y suelta que cada uno de nosotros
conocemos perfectamente nuestros deseos y necesidades y sabemos qué
es lo que nos hará felices y cómo llevarlo a cabo. Los deseos
y necesidades de los demás los conocemos imperfectamente, por lo
tanto es probable que al tratar de ayudarlos se les provoque un perjuicio.
Dicho lo cual le pregunto al señor multador si lo ha entendido.
El tipo me mira convencido de que en algún momento saldrá
un tío indicándole que es protagonista de un programa de
cámara oculta. Inspiro. Expiro. Inspiro. Qué desastre, qué
daño está haciendo la escuela pública. Nos montamos
en el coche y dejamos al funcionario con gesto de querer orinarse encima.
Doy un trago a la botella de whisky antes de encender un cigarrillo y
pedirle a Lagarto que me pase algunas pastillas para trastornos disociales.
Qué larga se hace la vida sin edulcorantes o colorantes artificiales.
Tengo el tiempo justo de visionar la tercera dirección antes de
que el cóctel molotov me haga ver en blanco y negro. Acelero.
Lagarto dice que entre las taradas que ha conocido, ludópatas,
pirómanas y cleptómanas, se queda con las tricotilómanas.
Lo dice para que le preguntemos qué es una tricotilómana,
pero no lo hacemos, Niño Toro porque está centrado en recordar
las palabras exactas de Rosita sobre alguna mamonez del egoísmo
moral, y yo, bueno yo básicamente porque tengo adormecida la lengua
y no puedo hablar, eso y que lo veo todo verde. Inspiro. Expiro. Inspiro.
Conduzco como en un video juego camino de la junta municipal de distrito
donde sienta su culo el mal jugador y peor pagador objeto de nuestras
pesquisas. Me encanta hablar como los de las películas, me hace
sentirme culto, como más listo. No paré hasta que le dije
a una amante "Ahora vuelvo, mantenlo todo caliente excepto el champán"
¡Qué bueno! Claro que ni la prostituta era una chica Bond
ni yo el agente 007, pero quedó chulo, perdió un poco porque
al ser rumana creo que no entendió ni papa pero la vida tiene estas
cosas.
Aprieto el dial y busco algo de garage. Doy una larga calada mientras
avanzamos hacia el norte por calles repletas de dibujos animados. Vamos
despacio muy despacio, vamos así porque no distingo las luces de
los semáforos del resto de las explosiones coloristas. Hay ciudadanos,
honrados votantes, obedientes consumidores, a los que molesta mi ritmo
y pitan, aprietan convulsivamente el claxon e insultan desaforadamente,
incluso se sitúan al lado y bajan la ventanilla para
¡oh,
Dios! Descubrir que van a insultar a tres jinetes del apocalipsis. Es
entonces que los honrados ciudadanos, los civilizados, entienden de golpe
porqué la libertad de expresión es algo tan pernicioso para
la salud. Esta vez sólo los miro, son tan envidiables, tan pequeñitos,
tan adorables, todos con esa carita de sobre electoral, todos amamantados
por Mamá Estado, cuidados y protegidos por papá Patria.
Los papis limpian el culito de sus niños, les dan el biberón,
les cantan nanas, todo a cambio de que consuman y voten lo indicado, de
que voten a mamá hoy o, si están enfadados, a papá
dentro de cuatro años, no importa, todo queda en familia. Así
los veo, veo eso que llaman El Pueblo como un adolescente infantilizado,
dependiente y llorón, exento de responsabilidad y, por tanto, eternamente
tutelado por papá y mamá. Como yo no voto ni consumo, mamá
y papá no me quieren, me esconden castigado en el sótano,
no esperan nada de mí y me alejan de ellos enviándome a
un internado. Así lo veo yo, así lo veo cuando estoy drogado
claro. Soy todo un visionario metafísico cuando mi cerebro flota
en sustancias químicas ilegales, después, con la consciencia
pierdo bastante. ¿Lo mismo puedo hablar alemán? ¿Lo
mismo sé alemán de modo inconsciente y no lo sé?
Lo intento. Gutenmorguen. ¡Coño sé alemán!
Dos psicodélicas horas después detengo el coche frente a
la junta municipal y tambaleantes nos disponemos a entrar en sus dependencias.
Yo camino errático, Lagarto que se ha pimplado la botella de whisky
camina errático, Niño Toro camina recto y nos sujeta cada
vez que nos desviamos.
Estamos fuera del horario de atención al público, es lo
primero que nos dice el único habitante del recinto, un segurata
con aspecto de pureta en paro que se encuentra leyendo el Marca. Una vez
junto a él le indico que lo sabemos pero que no somos público
somos de Teleprostituta y traemos un encargo para el concejal Sr. Tarrida.
Como puede imaginar la prostituta es el lúbrico Niño Toro,
nosotros somos únicamente los mamporreros. El deficientemente afeitado
segurata no parece tenerlo claro, quizá porque tiene prejuicios
contra la sana venta de sexo por parte de gorilas de ciento treinta kilos,
quizá porque no imagina a mi amigo con las ingles brasileñas
hechas, quizá porque tengo aspecto de haberme comido un bocata
de amanitas muscarias, a saber, total que dice que tenemos que abandonar
las dependencias. ¡Qué bonito! Las dependencias. Así
que le digo que vamos a hacer un trato, nos vamos pero a cambio tiene
que escuchar una retahíla de idioteces de mi gigantesco amigo,
porque si no será a mí a quien brasee con ellas y yo estoy
seriamente perjudicado, y además sólo soy un homínido
bípedo con serios problemas de sociabilidad y de disfunción
eréctil, bueno esto sólo cuando bebo mucho, que es habitualmente,
por lo que es culpa del alcohol no mía, faltaría, lo que
pasa es que como bebo mucho pues
vamos que no sé si me entiende.
El tipo de barriguilla incipiente y aspecto fofillo pone cara como si
su parienta hubiera aceptado hacer un trío. De modo que le hago
un gesto con la cabeza a Niño Toro. Y Niño Toro expone que
el ofrecer caridad a una persona es hacerla dependiente de otra, es decirle
que no es capaz, por lo que en vez de agradecérnoslo se sentirá
resentida por la ayuda ofrecida, y que estar pendiente del bienestar de
los demás es una invasión a su privacidad, y que si cada
persona se preocupara por sus propios intereses habría una mejora
en la sociedad, y que la ética del altruismo es algo destructivo
para la sociedad. Lo dice de corrido, sin respirar, como un infante la
tabla del siete. Le miro boquiabierto. Lagarto le mira boquiabierto. El
segurata le mira boquiabierto. Pasan unos segundos y pregunto a mi hercúleo
amigo qué hace. Niño Toro replica que no ha hecho sino explicarle
al segurata, tal y como le he dicho, lo perjudicial que es el altruismo
para la sociedad. Le digo que mi gesto era para que le pegara una hostia
y no para que le explique gilipolleces. Niño Toro responde que
cómo va a saber eso. Le digo que porque cada vez que le he hecho
ese gesto durante los últimos diez años era para que soltara
una hostia. Niño Toro contesta que eso era porque antes no tenía
una filosofía que contar. A todo esto, el de seguridad asiste a
la partida de ping pong dialéctico con cara de bóvido abducido.
Inspiro. Expiro. Inspiro. Le repito el gesto con la cabeza. Niño
Toro le suelta un oppercut al segurata que le quita las canas y el acné
de golpe. Subimos las escaleras.
Caminamos por el pasillo desechando despachos y salas con ordenadores
vacías, sabemos que es el del final, el del baranda siempre es
el del final, y una vez al fondo del pasillo vemos que el cartelito de
la puerta lleva escrito el nombre de nuestro mal jugador. Empujamos la
puerta con cuidado pero la puerta no se abre, sonreímos, el conejito
está en la madriguera, así que le hago un gesto con la cabeza
a mi amigo, pero dado el desconocimiento sobre ironía y sarcasmo
que posee mi ciclópeo colega esta vez le explico bajito que deseo
que tire la puerta no que le cuente rollos metafísicos. Y Niño
Toro destroza la puerta de una patada.
La rubia semidesnuda salta de golpe limpiándose la boca. El tipo
no, el tipo de corbata y exquisita camisa azul se queda sentado en el
sillón de cuero negro sorprendido. La rubia no sé quién
es, puede ser una aplicada secretaria, una militante haciendo méritos,
una trabajadora del amor
pero él sí sé quién
es, hasta tengo una foto de su careto.
Cerramos la puerta. El concejal no pregunta quienes somos porque ya lo
sabe. De inmediato adopto esos teatrales ademanes de matón cinematográfico
que tanto me gustan, me pirra este tipo de situaciones, es el poder, el
dominio, degustarlo es fantástico. Así que me siento despacio
frente a él mientras mis amigos quedan detrás y le explico
que para un desecho como yo tener la oportunidad de departir con un portentoso
ciudadano como él es un placer, pero que tener la oportunidad de
romperle las rótulas es algo aún más satisfactorio.
El motivo es que, en el fondo, todos los marginales, los delincuentes,
los alegales, en definitiva, todos aquellos que permanecemos fuera de
la manada, deseamos el calor del rebaño, somos libres sí,
salvajes, independientes, pero hace frío ahí fuera, dentro
de la casa del amo se está tan calentito. Sabemos que comeremos
cuando diga el amo, dormiremos donde diga el amo y que al amo decidirá
sobre nuestra vida pero
es tan cómodo contar con comida todos
los días y poder tumbarse junto al fuego en las noches frías,
por ese motivo estamos un poco resentidos con los ciudadanos, con los
civilizados, con esos que votan y eligen a tipos de los que despotrican
continuamente para volver a votarlos una y otra vez. Y ahí que
me viene una bocanada de ira. ¿De qué hablaba? Se me ha
pirado la pinza, es que no estoy muy acostumbrado a filosofar pero me
gusta imitar a los gánsteres televisivos con parrafadas en plan
Tarantino. El político no dice nada, ni la rubia dice nada, ni
mis amigos dicen nada, total que sintetizo diciendo que me encanta poder
devolverle algo de dolor a un tipo del otro lado del vallado marginal
que es el gueto. Y ahí sí que el burguesito adopta ese gesto
de mitin, cuando los micrófonos están abiertos y las cámaras
le apuntan, lo veo, veo como se trasmuta de descamisado al que le están
haciendo una mamada en líder de masas, lo hace delante de mí,
sabiendo que nosotros tres somos su electorado, sólo tiene que
convencernos, sonreírnos, engañarnos, es fácil para
un animal político como él. Y así el mal jugador
dice que no tiene un duro, que hay una investigación inminente
por desvío de fondos que le va a salpicar, que su mujer está
a punto de dejarle por cosas como lo de la rubia, que la casa está
hipotecada, que tiene una adicción a la cocaína, que en
una semana la prensa lo despedazará, su partido lo apartará
y será juzgado por cohecho, por lo que la rotura de tibias no le
impresiona, de todos modos no puede pagarnos aunque puede comprarnos para
que digamos que no lo hemos encontrado con un reloj de oro y un Mercedes
clase S que hay abajo.
Es un tipo genial. Si supiera cómo se vota le votaba ahora mismo.
En una sola frase ha conseguido mostrar que la tortura no será
eficaz, lo ha hecho sin dar pena, sin suplicar, mostrando desapego, desinterés,
es muy bueno, la gente llora, suplica, ruega. Gilipolleces. Nuestro amigo
sí que sabe, sabe que somos alimañas que no respondemos
a la piedad pero sí al soborno. Es un tipo listo este burguesito.
Inspiro. Expiro. Inspiro.
Enciendo un cigarrillo. Le doy una calada. Le doy otra. Jugueteo con el
humo. Sonrío. Adopto todas las poses cinematográficas que
recuerdo. Y por fin, cuando la situación está suficientemente
saturada de dramatismo, hablo pausadamente.
Le comento que recientemente he descubierto, gracias a mi amigo aquí
presente y a una señorita con sobrepeso y tendencias marxistas,
que el egoísmo es bueno, no sólo bueno para mí sino
para mi prójimo, algo que presumo él descubrió hace
mucho tiempo haciéndose político. Es decir que gracias al
egoísmo ético llevo haciendo el bien a otros individuos
sin saberlo toda mi vida, impresionante, ¿verdad? Llegados a este
punto le explico que en esta situación, cuando era altruista, habría
pensado en mi contratante y ya le habría roto las piernas, pero
que ahora que he admitido que el egoísmo moral lo es todo, pienso
en mí, pienso más en mí si cabe, lo que supongo me
hace más útil para el resto de personas, y por eso voy a
aceptar su propuesta del reloj y el coche para que pueda largarse a sacar
su pasta de algún paraíso fiscal. El burguesito sonríe.
Sin embargo hay un problema. No me gustan los burguesitos. Me apetece
romperle las piernas. El burguesito deja de sonreír. Ahora sonrío
yo y mi boca sigue jugando con el humo. ¿Soy un poco payasete,
verdad? Es que no recibí mucha atención materna durante
la infancia y creo que arrastro carencias afectivas junto con un par de
docenas de traumas y quizá ocho o diez manías psicosomáticas.
Tengo un problema con eso y se lo explico.
Puedo aceptar que Dios le prefiera a él, que le haya bendecido
naciendo en un barrio guay de padre constructor y de madre decoradora
de interiores, y a mí me haya hecho nacer en un gueto de progenitores
heroinómanos donde no hay navidad y donde sodomizan a Papa Noel
cada vez que se cae del trineo. Eso puedo aceptarlo. Puedo aceptar que
él y los de su clase me hayan encerrado en todo tipo de instituciones
correctivas y penales con la sana intención de rehabilitarme, enmendarme
y restituirme y me hayan inflado a hostias sin darme un mísero
diploma. Incluso puedo llegar a aceptar que genéticamente no seamos
de la misma especie y que la suya esté llamada a dominar a la mía.
Pero lo que no tolero, lo que me toca especialmente la bolsa escrotal,
es que también me gane a egoísta, eso es demasiado. Es decir,
que no sólo es mejor ciudadano que yo a los ojos de cualquiera
sino que también es más hijo de puta que yo. El colmo. Cuando
me entero de que el egoísmo es guay y que cuanto más egoísta
seas más guay eres, yo que soy el recordman del egoísmo,
el superhéroe del egoísmo, el puto Tío Gilito del
egoísmo, y pienso que por fin la mierda ingerida me va a situar
primero en algo, descubro que el animal político que tengo en frente
me supera. Yo soy egoísta, pienso en mí y después
en los demás, pero el animal político primero piensa en
él, luego en sus seres queridos, luego en sus amigos, luego en
su clan político dentro del partido, luego en su partido y luego
en los demás, es decir, yo pienso en los demás en el segundo
escalón pero un político lo hace en el quinto, me gana a
egoísta, es decir a capullo, es decir, a hijo de puta. Eso es demasiado.
Vale que seas mejor que yo, pero
¡que también seas
peor! ¡Joer, eso suena a coña! Y cuando las venas de la frente
me van a reventar Niño Toro abre su bocaza.
Tú eres el más listo, quizá seas más listo
que él, dice mi colega. Le miro. El burguesito le mira. Lagarto
le mira. Incluso la rubia le mira. ¡Sí! Sí, sí.
Eso es. Quizá yo sea un neandertal y él un homo sapiens
pero yo soy un neandertal de alcantarilla y nada hay más listo
que una rata de alcantarilla. Haremos una cosa, lo resolveremos con una
pregunta de concurso, el todo o nada, ¡la madre de todas las preguntas!
Una pregunta que demuestre que el ciudadano civilizado tiene más
suerte, tiene más poder, está más evolucionado, incluso
que es más egoísta, pero que no es más listo que
una escoria del gueto. Si la respuesta es correcta no se rompen rodillas
y nos largamos con el reloj y el coche. ¿De acuerdo? Y El político
asiente de inmediato.
Haz la pregunta Niño Toro le digo con sorna a mi compadre, al tiempo
que le guiño un ojo, seguro de que la pregunta sólo puede
girar en torno al tema estrella, mi preferido, es decir, el puñetero
egoísmo ético.
Niño Toro piensa un par de segundos, y después otro par
de segundos, y un par más, y cuando ve que me cabreo se lanza.
¿Qué es una tricotilómana?
Alguien con un hábito recurrente e irresistible que se arranca
el cabello o el vello de distintas zonas del cuerpo replica al instante
el burguesito.
Inspiro. Expiro. Inspiro.
¡Hijoputa!
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