EL MANCO MORETTI A Gregorio León 1 Había dos razones para que Bruno Moretti
se sintiera incómodo firmando autógrafos: la primera, una
modestia impropia en un hombre de su popularidad. Moretti nunca permitía
que su vanidad se desbocara por los aplausos de la afición, ni
que los halagos le hicieran olvidar sus comienzos en equipos de aficionados
y el ascenso arduo hasta la posición destacada que ahora ocupaba
en el mundo del deporte. Procuraba siempre preservar su vida privada lejos
del público y de la prensa. 2 todo se halla listo para disputar el partido noventa minutos de intensa emoción ya se ha lanzado al aire la preceptiva moneda y el azar ha decidido que sea finalmente el equipo visitante el que efectúe el saque inicial los capitanes de ambas escuadras estrechan sus manos y se desean mutua suerte en esta luminosa mañana de marzo el estadio se encuentra abarrotado la temperatura es fría pero no merma el ánimo de quienes han acudido a ver a su equipo en un encuentro que promete ser apasionante ya que ambos rivales se disputan mucho más que el honor de una victoria el conjunto visitante necesita vencer hoy para liderar la clasificación al conjunto local le basta con el empate para evitar el descenso todo un drama que llevaremos hasta sus hogares a través de nuestros micrófonos por gentileza de Cinzano el vermouth espumoso los linieres se sitúan ya en las bandas el árbitro se dirige al centro del campo el encuentro va a comenzar
-No soy periodista, lamento desilusionarle, aunque
sí deseo charlar con usted. Será un instante. No tema, tampoco
soy un tifosi exaltado. Lo que me trae aquí es un asunto de negocios.
y el equipo visitante domina en estos instantes el juego Sorelli presiona a Bertini recupera el balón Graziani y centra para Cretonese quien se encamina velozmente hacia la portería contraria superando a la defensa local con un dominio casi perfecto del balón pero Moretti el bravo portero se adelanta unos pasos y ataja el avance de Cretonese lanzándose a sus pies y apoderándose del esférico la reacción de Moretti expresa esa pasta especial de la que está hecho un jugador que merecía haber promocionado hace tiempo a equipos más importantes ni un atisbo de celebración de alegría ni una sonrisa su mirada resignada habla por si sola de su responsabilidad con su equipo de la importancia que adquiere su puesto bajo los palos
Necesitaba sincerarme con alguien, confesarme si
lo prefieres. Por eso quería verte, porque tú eres lo más
parecido que conozco a un sacerdote. Para algo han de servir tus años
de seminarista. En cualquier caso, me conoces mejor que nadie y no necesito
fingir contigo. Sabes bien que no soy lo que se dice un hombre sociable.
Tampoco lo pretendo, y mucho menos en este instante de mi vida. Siempre
me costó hacer amigos, y los que tuve los fui descuidando. Dicen
que la amistad es una planta que hay que regar con frecuencia para que
no se marchite. Pero yo no lo he sabido hacer, y ahora sólo me
quedas tú. ¿Cuánto hace que nos conocimos? Aún
recuerdo aquel día, e incluso conservo una fotografía de
la ocasión. La próxima vez que nos reunamos a comer la traeré:
los dos adolescentes, uniformados junto al resto del equipo, mirando a
cámara, o sea, al futuro, con sonrisas limpias y los ojos cargados
de esperanzas y ambición. Yo en el primer curso de la escuela de
electrónica, tú decidido ya en abandonar el seminario. Lo
cierto es que te sentaba mejor el pantalón corto que la sotana.
Quizá por esa razón me comprendes como nadie más
es capaz de hacerlo, porque has jugado a mi lado, pero también
contra mí. Si algo me ha enseñado el fútbol es que
al adversario se le acaba conociendo mejor que al amigo. Cuando compartíamos
los colores de la camiseta soñábamos con un equipo grande
que nos rescatara de aquellos campos de tierra que se transformaban en
lodazales cuando llovía. Y ese día llegó, ¿recuerdas?
un torneo en la capital, el primer partido con hierba bajo nuestras botas,
con árbitro y campo marcado. Luego, nuestros caminos discurrieron
por separado. Es cierto que yo tuve más suerte que tú, pero
porque el seminario siempre te pesó demasiado, y nunca lograste
ver en el contrario al mismísimo diablo. Te confieso, sin embargo,
que en las ocasiones en las que nos enfrentamos sobre el terreno de juego
te tuve el mismo miedo que a él. Tanto me conoces que creía
posible que leyeras mi pensamiento, y supieras hacia qué lado de
la portería me arrojaría cuando golpearas el balón
con tu pierna izquierda. Fue un milagro que aquella temporada me marcaras
sólo dos goles. Cuando tus compañeros se abalanzaban sobre
ti para celebrarlo, también yo lo celebraba, en silencio, dirigiéndome
a la red a recoger el balón con calma y un enfado que era impostado. 6 a siete minutos del final del encuentro y con empate a cero en el marcador el equipo visitante continúa ejerciendo una presión agobiante en busca del tanto de la victoria sin embargo la defensa local es impenetrable apenas dos jugadas han llevado el peligro a la portería de Moretti quien defiende los palos con su característica frialdad su admirable agilidad y elegancia ahora el balón avanza empujado por Graziani quien pasa a Bertini que corre por la banda izquierda levanta la vista y observa el dorsal diez de Cretonese arriba del campo Graziani se detiene y con gran efecto eleva el balón en un pase de más de veinte metros que aterriza con precisión asombrosa a los pies del enérgico Cretonese éste avanza con rapidez encarando la portería contraria mientras en las gradas rompe el estruendo de los tifosi que esperan que sea esta la jugada que sentencie el partido pero el defensa Mazzola ya corre a atajar la entrada del delantero Cretonese ha dejado atrás al resto de la defensa y al borde del área sólo Mazzola puede detener su avance se lanza con la pierna por delante y consigue desviar el balón de los pies de Cretonese que pierde el equilibrio y cae sobre el césped el árbitro corre hacia el centro del área el sonido del silbato se alarga y eleva entre el griterío del público el brazo extendido indicando penalti
Bruno Moretti mira sus manos enfundadas en el cuero
rojo de los guantes y sonríe. Piensa en su hija Daniela, porque
fue ella quien se los regaló por su cumpleaños, el verano
anterior, antes de que la enfermedad de su esposa lo despojara de alegría.
Después, Moretti aparta la vista de sus manos y, alzando la cabeza
hacia el límpido cielo de marzo, la pasea por los miles de aficionados
que abarrotan las gradas del estadio, como una masa de diminutos autómatas
cuyas maquinarias él conoce a la perfección, los resortes
que los hace moverse, saltar de sus asientos, el mecanismo que les impele
a abuchear o a gritar de emoción. Como lo hacen ahora, en este
preciso instante, y Moretti distingue la parábola que traza el
balón al fondo del campo, y un jugador del equipo contrario inicia
una carrera desesperada hacia el punto en el que su trayectoria y la de
la pelota coincidirán. Moretti se pone tenso, la jugada es un contraataque
que ha dejado a los defensas Enzo y Fabio desmarcados y el área
desprotegida. Observa a Cretonese aproximándose con el balón
entre los pies, en una carrera enérgica como lo es todo el juego
del número diez, la cabeza agachada, sin mirar al frente pero encarando
la portería con la ciega convicción de que esta es la jugada
que lo decidirá todo. Moretti se posiciona bajo los palos, sus
sentidos alerta y sus reflejos a punto para anticiparse a la finta segura
del "felino" Cretonese. La distancia va acortándose,
pero Moretti distingue por el rabillo del ojo como corre por la banda
Renato Mazzola, decidido a frenar el avance del contrario. La juventud
de Renato logra imponerse a la larga carrera de Cretonese, a quien ya
le falta la respiración, llega fatigado al borde del área,
su energía derramada en el largo, muy largo recorrido con la pelota.
Renato mete la pierna y despeja limpiamente el balón. Los nervios
de Moretti se aflojan, sus reflejos se relajan una vez disipado el peligro.
Pero el alivio apenas dura un instante, porque Cretonese hace amago de
dar un traspié y se deja caer como un pesado fardo sobre el césped.
Y los sentidos de Moretti se alarman y sus reflejos están, de nuevo,
alerta cuando escucha el largo pitido de un silbato, y ve correr a la
figura negra del árbitro señalando con el brazo extendido
el punto de penalti. El estadio parece venirse abajo. Los compañeros
de Moretti se abalanzan sobre el árbitro, lo asedian discutiéndole
la falta. Sin embargo, Moretti permanece atento a Cretonese, que continua
en el suelo. Es extraño: no parece contento, y debiera estarlo
porque aquella caída puede sentenciar el encuentro. Pero no, el
dorsal diez tiene el gesto serio, la mirada ausente y no responde, como
sería lo normal, a las felicitaciones de sus compañeros.
Moretti sospecha. También del árbitro, que por su situación
en el campo es casi imposible que no se haya dado cuenta de que en aquella
jugada había más teatro que juego limpio. El árbitro
cruza su mirada con la de Moretti, pero la aparta al instante. Y Moretti
ya no sospecha. Ahora sabe.
Un triste suceso conmociona el mundo del deporte. El guardameta Bruno Moretti fue asaltado y brutalmente agredido por unos desalmados cuando se dirigía, en la mañana de ayer, al habitual entrenamiento con su equipo. Al parecer, los agresores rodearon a Moretti propinándole diversos golpes y causándoles heridas de gravedad. Algunos viandantes trataron de socorrer al portero, pero la actitud agresiva de los delincuentes impidió cualquier ayuda. Cuando la policía, finalmente, llegó al lugar del suceso, los agresores habían huido dejando tendido en la acera al popular jugador, quien fue trasladado al hospital más cercano. El médico que lo atiende ha informado a este periódico que, aunque su vida no corre peligro, las heridas provocadas en su mano derecha -se cree que con una navaja- son profundas y extremadamente graves. La policía tomó declaración a Moretti, aunque al jugador le fue imposible reconocer a sus agresores. Todo ello hace sospechar que pueda tratarse de un grupo de tifosi despechados que vengaron la derrota de su equipo de manera tan ruin y brutal.
Un hermoso sol se cuela a través de los
ventanales que dan a la calle, el olor de la cocina espesa la atmósfera,
el ruido de los platos y vasos al entrechocar se eleva entre un rumor
de conversaciones, alegrando el ambiente e invitando a charlar de cosas
intrascendentes. En estos momentos, sin embargo, el local se encuentra
casi vacío, sólo unos clientes rezagados alargan la sobremesa,
ignorando la nota con el importe de la cuenta que reposa sobre el mármol
del velador, entregados a una cháchara que debe mucho al vino que
han ingerido durante la comida. Hablan de política, del trabajo,
probablemente de fútbol, aunque ninguno de ellos sería capaz
de asociar la imagen del jugador que se repite en las fotografías
en blanco y negro que adornan las paredes, fotografías que ya amarillean
por el paso de los años y el humo del tabaco, enmarcadas modestamente,
con el hombre manco que hay tras la barra. A pesar de su figura incompleta,
maneja con inusitada soltura los vasos, los platos, los cubiertos. Le
ayuda su hija, una hermosa joven de pelo moreno y rizado que recoge las
mesas vacías, y las vuelve a preparar para la noche. Moretti contempla
a Daniela mientras cobra la cuenta que, por fin, han abonado los últimos
clientes. |