EL MANCO MORETTI

A Gregorio León

1

Había dos razones para que Bruno Moretti se sintiera incómodo firmando autógrafos: la primera, una modestia impropia en un hombre de su popularidad. Moretti nunca permitía que su vanidad se desbocara por los aplausos de la afición, ni que los halagos le hicieran olvidar sus comienzos en equipos de aficionados y el ascenso arduo hasta la posición destacada que ahora ocupaba en el mundo del deporte. Procuraba siempre preservar su vida privada lejos del público y de la prensa.
La segunda razón afligía sobremanera a Moretti: el fútbol, el deporte que tanto amaba y al que había dedicado su vida, se había convertido en un negocio manejado por hombres que se amparaban en los clubes con la intención de lucrarse. Tal como lo veía Moretti, la actitud fanática de los tifosi contribuía a que aquellos mercaderes mancillaran con su avaricia y sus especulaciones el único mundo que él respetaba. Sin embargo, cuando coreaban su nombre en las gradas de un estadio, o era reconocido por la chavalería en plena calle, él nunca negaba una sonrisa, un guiño cómplice y un autógrafo. Y si los más jóvenes se desvivían por su firma garabateada en la última hoja de un cuaderno escolar, la prensa también andaba tras él, como tras otros jugadores que alimentaban las páginas de deportes en los diarios y revistas especializadas, las cuales, recién terminada la guerra, asomaban nuevamente en los quiscos, como flores después de un árido invierno. Por eso, cuando aquel tipo se le aproximó tras la sesión de entrenamiento, elegantemente vestido, luciendo un bigotillo ridículo y un sombrero que ponía el acento cómico a su imagen de película muda, un tipo cuya mirada dura advertía contra las bromas, cuando ese tipo le pidió, con modales suaves y fríos como la piel de serpiente, "unos minutos de su tiempo", Moretti no receló y accedió resignado, convencido de que se trataba de otro periodista impertinente. Comenzaría alabando sus éxitos profesionales, pero estaba seguro de que acabaría inmiscuyéndose en su vida personal y hurgando sin compasión en sus recuerdos. A pesar de todo, había algo que Moretti no estaba dispuesto a compartir con nadie: el sufrimiento de su esposa Giovanna, los meses transcurridos en el infierno de la enfermedad, mientras los domingos, en el cielo verde de un estadio, él alcanzaba la gloria con las manos. Aunque el dolor lo matase por dentro y la pena embotase sus reflejos, en el campo de juego Moretti se entregaba al máximo. "Por lealtad a mis compañeros, pero, ante todo, por respeto a Giovanna". Y temía que la impertinencia del periodista culminara en una pregunta que él mismo se hacía en los últimos meses, cuando le envolvía la oscuridad desamparante de su habitación y se arrebujaba con las sabanas de una cama que, desde la muerte de Giovanna, le quedaba grande. Allí, el insomnio le ganaba la partida -demasiadas noches ya- y la idea de retirarse le exigía una fecha que solo el miedo aplazaba.
Sí, aquel tipo tenía unos modales suaves y fríos como la piel de serpiente.

2

…todo se halla listo para disputar el partido noventa minutos de intensa emoción ya se ha lanzado al aire la preceptiva moneda y el azar ha decidido que sea finalmente el equipo visitante el que efectúe el saque inicial los capitanes de ambas escuadras estrechan sus manos y se desean mutua suerte en esta luminosa mañana de marzo el estadio se encuentra abarrotado la temperatura es fría pero no merma el ánimo de quienes han acudido a ver a su equipo en un encuentro que promete ser apasionante ya que ambos rivales se disputan mucho más que el honor de una victoria el conjunto visitante necesita vencer hoy para liderar la clasificación al conjunto local le basta con el empate para evitar el descenso todo un drama que llevaremos hasta sus hogares a través de nuestros micrófonos por gentileza de Cinzano el vermouth espumoso los linieres se sitúan ya en las bandas el árbitro se dirige al centro del campo el encuentro va a comenzar…


3

-No soy periodista, lamento desilusionarle, aunque sí deseo charlar con usted. Será un instante. No tema, tampoco soy un tifosi exaltado. Lo que me trae aquí es un asunto de negocios.
-¿Qué clase de negocios?
-Fútbol, qué otra cosa si no. Quisiera hablarle del próximo partido.
-¿Y en qué puedo ayudarle?
-Tal vez sea yo quien pueda hacerlo.
-Disculpe, pero no entiendo.
-El próximo domingo disputarán ustedes un encuentro importante ¿no es así?
-Jugamos por la permanencia en la división, si es a lo que se refiere. Así que, importante sí es para nosotros.
-No sólo para ustedes. Hay más personas atentas a ese partido.
-Varios miles de espectadores.
-Pero algunos de esos espectadores tienen un especial interés en que el resultado del encuentro sea, digamos, el apropiado.
-Cada vez le entiendo menos.
-Y yo le explico, si me permite. Usted sabe que en el fútbol de hoy el deporte y los negocios van de la mano.
-Desgraciadamente, así es.
-Pues digamos que ustedes son el deporte y nosotros el negocio. Y en todo negocio siempre hay un riesgo que conviene minimizar.
-¿Conviene? ¿A quién?
-A las personas a las que represento, ya le digo. Están muy interesadas en que, el próximo domingo, su negocio les sea rentable.
-Creo que empiezo a entenderle. Y no me gusta.
-Discúlpeme la indiscreción, pero ¿cuántos años tiene, señor Moretti? En cualquier caso demasiados para este deporte, ¿no cree? Lo que le propongo es que su retirada le resulte lo menos traumática posible. Para ello, sólo deberá mostrar menos celo sobre el terreno de juego el próximo fin de semana.
-Me está insultando.
-No, le estoy ofreciendo una oportunidad para usted y su familia. Tiene una hija, si no me equivoco.
-Así es.
-¿Y usted se encuentra en disposición de asegurar su futuro?
-…
-Pues, aunque no lo crea, está en sus manos lograrlo. Mírelo de esta manera: relájese el domingo, y mis representados sabrán recompensarle.
-Vuelve a insultarme.
-Sólo le pido que lo piense.


4

…y el equipo visitante domina en estos instantes el juego Sorelli presiona a Bertini recupera el balón Graziani y centra para Cretonese quien se encamina velozmente hacia la portería contraria superando a la defensa local con un dominio casi perfecto del balón pero Moretti el bravo portero se adelanta unos pasos y ataja el avance de Cretonese lanzándose a sus pies y apoderándose del esférico la reacción de Moretti expresa esa pasta especial de la que está hecho un jugador que merecía haber promocionado hace tiempo a equipos más importantes ni un atisbo de celebración de alegría ni una sonrisa su mirada resignada habla por si sola de su responsabilidad con su equipo de la importancia que adquiere su puesto bajo los palos…


5

Necesitaba sincerarme con alguien, confesarme si lo prefieres. Por eso quería verte, porque tú eres lo más parecido que conozco a un sacerdote. Para algo han de servir tus años de seminarista. En cualquier caso, me conoces mejor que nadie y no necesito fingir contigo. Sabes bien que no soy lo que se dice un hombre sociable. Tampoco lo pretendo, y mucho menos en este instante de mi vida. Siempre me costó hacer amigos, y los que tuve los fui descuidando. Dicen que la amistad es una planta que hay que regar con frecuencia para que no se marchite. Pero yo no lo he sabido hacer, y ahora sólo me quedas tú. ¿Cuánto hace que nos conocimos? Aún recuerdo aquel día, e incluso conservo una fotografía de la ocasión. La próxima vez que nos reunamos a comer la traeré: los dos adolescentes, uniformados junto al resto del equipo, mirando a cámara, o sea, al futuro, con sonrisas limpias y los ojos cargados de esperanzas y ambición. Yo en el primer curso de la escuela de electrónica, tú decidido ya en abandonar el seminario. Lo cierto es que te sentaba mejor el pantalón corto que la sotana. Quizá por esa razón me comprendes como nadie más es capaz de hacerlo, porque has jugado a mi lado, pero también contra mí. Si algo me ha enseñado el fútbol es que al adversario se le acaba conociendo mejor que al amigo. Cuando compartíamos los colores de la camiseta soñábamos con un equipo grande que nos rescatara de aquellos campos de tierra que se transformaban en lodazales cuando llovía. Y ese día llegó, ¿recuerdas? un torneo en la capital, el primer partido con hierba bajo nuestras botas, con árbitro y campo marcado. Luego, nuestros caminos discurrieron por separado. Es cierto que yo tuve más suerte que tú, pero porque el seminario siempre te pesó demasiado, y nunca lograste ver en el contrario al mismísimo diablo. Te confieso, sin embargo, que en las ocasiones en las que nos enfrentamos sobre el terreno de juego te tuve el mismo miedo que a él. Tanto me conoces que creía posible que leyeras mi pensamiento, y supieras hacia qué lado de la portería me arrojaría cuando golpearas el balón con tu pierna izquierda. Fue un milagro que aquella temporada me marcaras sólo dos goles. Cuando tus compañeros se abalanzaban sobre ti para celebrarlo, también yo lo celebraba, en silencio, dirigiéndome a la red a recoger el balón con calma y un enfado que era impostado.
Todo cambió la tarde en que desvié la pelota con una bonita chilena mientras en el estadio ya se cantaba gol, ¿te acuerdas? Publicaron mi foto en primera página de los diarios, y me fichó un equipo importante. Suerte que tú no tuviste chilena. No me burlo, más bien te envidio porque, así, no has sufrido las tentaciones que enmierdan este deporte. Yo, en cambio, estoy sucio y llevo una mancha que jamás podré borrar, una mancha que ennegrece mi alma. Ahora me piden que le ponga un precio. No quiero que me juzgues, únicamente que entiendas que no me caben más esperanzas en este deporte, que nadie apuesta ya por mí, que no tengo metas y tampoco dinero. La enfermedad de Giovanna me ha arruinado la vida. Me queda el refugio de Daniela, y he de velar por ella. Así que rezaré para encontrar alguna salida digna. Rezaré, sí, aunque no por devoción. Después de la muerte de Giovanna no quiero saber nada de curas, ni confío en un Dios que me arrebató con saña lo que más quería. Eso no fue precisamente "fair play". Si rezo es por pura superchería. De niño entonaba una letanía de oraciones al acostarme, convencido de que la más mínima variación tendría consecuencias catastróficas en mi ordenado universo infantil. Sin embargo, una noche me atreví a variar la fórmula. Al día siguiente, un accidente en la fábrica acabó con la vida de mi padre. Desde entonces, recito las mismas plegarias en idéntico orden. Inalterable. Preciso. Pero sé que de nada valdrá implorar al cielo si vendo mi dignidad y mi alma. Y que cuando me mire en un espejo siempre veré la imagen de un hombre incompleto. Sin alma ya no seré nada

6

…a siete minutos del final del encuentro y con empate a cero en el marcador el equipo visitante continúa ejerciendo una presión agobiante en busca del tanto de la victoria sin embargo la defensa local es impenetrable apenas dos jugadas han llevado el peligro a la portería de Moretti quien defiende los palos con su característica frialdad su admirable agilidad y elegancia ahora el balón avanza empujado por Graziani quien pasa a Bertini que corre por la banda izquierda levanta la vista y observa el dorsal diez de Cretonese arriba del campo Graziani se detiene y con gran efecto eleva el balón en un pase de más de veinte metros que aterriza con precisión asombrosa a los pies del enérgico Cretonese éste avanza con rapidez encarando la portería contraria mientras en las gradas rompe el estruendo de los tifosi que esperan que sea esta la jugada que sentencie el partido pero el defensa Mazzola ya corre a atajar la entrada del delantero Cretonese ha dejado atrás al resto de la defensa y al borde del área sólo Mazzola puede detener su avance se lanza con la pierna por delante y consigue desviar el balón de los pies de Cretonese que pierde el equilibrio y cae sobre el césped el árbitro corre hacia el centro del área el sonido del silbato se alarga y eleva entre el griterío del público el brazo extendido indicando penalti…


7

Bruno Moretti mira sus manos enfundadas en el cuero rojo de los guantes y sonríe. Piensa en su hija Daniela, porque fue ella quien se los regaló por su cumpleaños, el verano anterior, antes de que la enfermedad de su esposa lo despojara de alegría. Después, Moretti aparta la vista de sus manos y, alzando la cabeza hacia el límpido cielo de marzo, la pasea por los miles de aficionados que abarrotan las gradas del estadio, como una masa de diminutos autómatas cuyas maquinarias él conoce a la perfección, los resortes que los hace moverse, saltar de sus asientos, el mecanismo que les impele a abuchear o a gritar de emoción. Como lo hacen ahora, en este preciso instante, y Moretti distingue la parábola que traza el balón al fondo del campo, y un jugador del equipo contrario inicia una carrera desesperada hacia el punto en el que su trayectoria y la de la pelota coincidirán. Moretti se pone tenso, la jugada es un contraataque que ha dejado a los defensas Enzo y Fabio desmarcados y el área desprotegida. Observa a Cretonese aproximándose con el balón entre los pies, en una carrera enérgica como lo es todo el juego del número diez, la cabeza agachada, sin mirar al frente pero encarando la portería con la ciega convicción de que esta es la jugada que lo decidirá todo. Moretti se posiciona bajo los palos, sus sentidos alerta y sus reflejos a punto para anticiparse a la finta segura del "felino" Cretonese. La distancia va acortándose, pero Moretti distingue por el rabillo del ojo como corre por la banda Renato Mazzola, decidido a frenar el avance del contrario. La juventud de Renato logra imponerse a la larga carrera de Cretonese, a quien ya le falta la respiración, llega fatigado al borde del área, su energía derramada en el largo, muy largo recorrido con la pelota. Renato mete la pierna y despeja limpiamente el balón. Los nervios de Moretti se aflojan, sus reflejos se relajan una vez disipado el peligro. Pero el alivio apenas dura un instante, porque Cretonese hace amago de dar un traspié y se deja caer como un pesado fardo sobre el césped. Y los sentidos de Moretti se alarman y sus reflejos están, de nuevo, alerta cuando escucha el largo pitido de un silbato, y ve correr a la figura negra del árbitro señalando con el brazo extendido el punto de penalti. El estadio parece venirse abajo. Los compañeros de Moretti se abalanzan sobre el árbitro, lo asedian discutiéndole la falta. Sin embargo, Moretti permanece atento a Cretonese, que continua en el suelo. Es extraño: no parece contento, y debiera estarlo porque aquella caída puede sentenciar el encuentro. Pero no, el dorsal diez tiene el gesto serio, la mirada ausente y no responde, como sería lo normal, a las felicitaciones de sus compañeros. Moretti sospecha. También del árbitro, que por su situación en el campo es casi imposible que no se haya dado cuenta de que en aquella jugada había más teatro que juego limpio. El árbitro cruza su mirada con la de Moretti, pero la aparta al instante. Y Moretti ya no sospecha. Ahora sabe.
Cretonese lleva entre sus manos el balón, con cuidado, como si manejara un objeto delicado. Avanza despacio, ausente del revuelo que aún rodea al árbitro, y con una calma que se diría provocadora, lo deposita sobre el círculo de cal que señala el punto desde el que deberá lanzar el penalti. Moretti no aparta la vista del delantero, no tanto estudiando sus movimientos en busca de algún signo que delate sus intenciones cuando chute, como tratando de encontrar los síntomas de la culpa, de la vergüenza, del soborno, el delito en sus ojos. Pero Cretonese está cabizbajo cuando se dispone a lanzar, y lo sigue estando mientras retrocede unos pasos para tomar impulso antes de golpear la pelota con su pierna derecha. Sólo entonces su mirada encuentra la de Moretti. Y sonríe. Y lo que en otras circunstancias Moretti hubiera considerado un viejo truco de jugador, un fútil gesto intimidatorio para ponerle nervioso, esta vez, descubre en aquella sonrisa un guiño de complicidad.
Moretti conoce bien el juego de Cretonese, y sabe que al delantero le gusta chutar bajo, con mucho efecto y ajustado al palo, preferentemente el derecho. Por eso, se sitúa en medio de la portería y calcula que dos pasos laterales bastarán para interceptar el balón antes de que se estrelle contra la red. Dirige una última mirada hacia las gradas, e intuye que entre aquellos miles de ojos que le observan también están los ojos expectantes de aquel tipo de bigotillo ridículo. "Un futuro seguro para su hija", le prometió, y depende de esos dos pasos, aunque, para ello, habrá de darlos en el sentido opuesto, hacia la izquierda, y así dejar que el balón bese la red. En el momento en que Cretonese inicia la carrera hacia el balón, Moretti ya sabe qué debe hacer. Y cuando el balón despega en un vuelo rasante sobre el césped, dirigiéndose hacia el palo derecho de la portería, los pies de Moretti dan un paso y luego otro, estira su cuerpo con la confianza de que la hierba mullida amortigüe el golpe cuando caiga con un ruido sordo, de tablón pesado. Sus manos enguantadas notan la presión del esférico, al tiempo que un estruendo se eleva desde las gradas. Permanece tumbado sobre el césped, en posición fetal, estrechando contra su regazo el cuero cuarteado del balón, como una madre que estrecha a su hijo en un abrazo protector, percibiendo la curvatura del balón bajo la piel roja de los guantes que el verano pasado le regaló su hija Daniela.


8

Un triste suceso conmociona el mundo del deporte. El guardameta Bruno Moretti fue asaltado y brutalmente agredido por unos desalmados cuando se dirigía, en la mañana de ayer, al habitual entrenamiento con su equipo. Al parecer, los agresores rodearon a Moretti propinándole diversos golpes y causándoles heridas de gravedad. Algunos viandantes trataron de socorrer al portero, pero la actitud agresiva de los delincuentes impidió cualquier ayuda. Cuando la policía, finalmente, llegó al lugar del suceso, los agresores habían huido dejando tendido en la acera al popular jugador, quien fue trasladado al hospital más cercano. El médico que lo atiende ha informado a este periódico que, aunque su vida no corre peligro, las heridas provocadas en su mano derecha -se cree que con una navaja- son profundas y extremadamente graves. La policía tomó declaración a Moretti, aunque al jugador le fue imposible reconocer a sus agresores. Todo ello hace sospechar que pueda tratarse de un grupo de tifosi despechados que vengaron la derrota de su equipo de manera tan ruin y brutal.


9

Un hermoso sol se cuela a través de los ventanales que dan a la calle, el olor de la cocina espesa la atmósfera, el ruido de los platos y vasos al entrechocar se eleva entre un rumor de conversaciones, alegrando el ambiente e invitando a charlar de cosas intrascendentes. En estos momentos, sin embargo, el local se encuentra casi vacío, sólo unos clientes rezagados alargan la sobremesa, ignorando la nota con el importe de la cuenta que reposa sobre el mármol del velador, entregados a una cháchara que debe mucho al vino que han ingerido durante la comida. Hablan de política, del trabajo, probablemente de fútbol, aunque ninguno de ellos sería capaz de asociar la imagen del jugador que se repite en las fotografías en blanco y negro que adornan las paredes, fotografías que ya amarillean por el paso de los años y el humo del tabaco, enmarcadas modestamente, con el hombre manco que hay tras la barra. A pesar de su figura incompleta, maneja con inusitada soltura los vasos, los platos, los cubiertos. Le ayuda su hija, una hermosa joven de pelo moreno y rizado que recoge las mesas vacías, y las vuelve a preparar para la noche. Moretti contempla a Daniela mientras cobra la cuenta que, por fin, han abonado los últimos clientes.
Cuando se quedan a solas, da comienzo un ritual: ella cierra la puerta de la trattoria y eleva el volumen de la radio. Canturrea las canciones de moda que resbalan desde el receptor inundando el local, mientras barre el suelo y ordena mesas y sillas. Moretti la besa en la frente y se retira al diminuto despacho que se abre al fondo del negocio: un escritorio, una butaca, más fotos que atestiguan su época de deportista, y un destartalado sofá en el que suele descansar una hora cada tarde. El negocio requiere atención y un esfuerzo que él ya no se encuentra en disposición de asumir. Se tiende sobre la desgastada tapicería del sofá, y aguarda la llegada de ese instante fronterizo que se abre entre la vigilia y el sueño. Es el momento que Moretti tanto ansía, porque percibe, otra vez, la curvatura del balón entre sus manos, que vuelven a ser dos, y lo estrecha contra su cuerpo en un abrazo casi maternal que tiene algo de protector, y con el que se siente, de nuevo, un hombre completo.

HISTORIA FUNDACIÓN - DOLORES FDEZ. LEMA - BASES CONCURSO - PREMIO ESCOLAR - PREMIADOS - ENTREGA PREMIOS - CONTACTO